viernes, 30 de julio de 2010

Un largo camino hacia el éxito o crónica de un 19 de julio

El siguiente texto lo escribí el pasado 20 de julio, día en que se conmemoró el bicentenario del grito de independencia de Colombia. Era un correo para contarle a algunos amigos y familiares que están fuera del país cómo fue mi experiencia personal de la celebración con fuegos de artificio que se hizo en Medellín con ocasión de esta fecha memorable.


Ayer estuve con mis papás después de la oficina, pero casi que no llego. Es que por la celebración del bicentenario tenían cerradas varias vías y todo el mundo quería llegar al río. La regional estaba cerrada los dos carriles, porque ahí estaban instalados los aparatos de la pólvora. Entonces imagínese como estaban el resto de las vías. Además, yo tenía pico y placa. Entonces salí a las 4:30 de la oficina, para tener una ventajita. ¿ventajita? no había por donde coger. Me metí por la diez y eso fue a pico monto, un solo taco desde la transversal inferior, creo que hasta guayabal y más allá. Así que decidí dejar el carro en el éxito del poblado. No pensé en ese momento en el horario y qué pasaba si no alcanzaba a recoger el carro.

La alternativa era el metro. La fila para comprar tiquetes era de todo el puente peatonal hasta las escalas de subida. Se movió rápido, bueno, yo ya no tenía afán, así que se me hizo tranquila la cosa. Al lado de la fila donde yo estaba se fue haciendo otra, que empezó a crecer y crecer, era la fila pero para entrar. Menos mal los de la fila de la taquilla entrábamos por otro ladito, una de las funcionarias recibía manualmente los tiquetes. "Los dos primeros vagones vienen llenos, se le ruega a los señores usuarios desplazarse al centro y al fondo de la plataforma". No me imagino cómo estarían los tales dos vagones, pues el mío que era el penúltimo me recordó el metro de Tokio con sus empujadores profesionales. Se abrieron las puertas y la gente de adentro era un muro inexpugnable, al menos eso parecía. Entonces una gente se metió y empezó a empujar hacia adentro y cupo, entonces yo me metí, pensando que iba a ser el último en entrar, pero nada, cupe yo y un montón de gente detrás mio. Como diría Suso, punto zip. No había necesidad de cogerse de nada, eramos una masa compacta de pasajeros, que daba tajada.

El metro no arrancaba. La gente hablaba y hablaba y no dejada oir los altoparlantes. Hasta que alcancé a entender, "señor usuario, por favor quite la mano del botón rojo o será necesario evacuar el tren". Alguien de los vagones de adelante se estaba arriesgando a ser cascado por la turba enfurecida. Al fin arrancamos.

"Se informa a los señores usuarios que la estación Industriales se encuentra cerrada, así que el metro no hará parada en dicha estación". El sistema de transporte había colapsado, en Industriales había el doble de gente de lo que cabía. Al fin me bajé en Exposiciones, seguía haciendo parte de una masa compacta de pasajeros hasta la salida de la estación, incluso hasta bajar las escalas a la calle. La 33 estaba llena de carros pero parados. Nadie se podía mover ni para un lado ni para el otro. Menos mal dejé el mío en el éxito. ¿a qué horas es que cierran el éxito?

Caminandito, caminandito me fui iendo hasta la glorieta de Exposiciones, había gente y bastante, pero nunca como dentro del metro. Todos los carros y buses atrancados y pitando, avanzaban un metro cada cambio de semáforo. Era como una escena de una película, como si hubieran anunciado que un meteorito iba a caer en pleno Valle de Aburrá y la gente trataba de salir por los medios que encontraba. Si hubiera habido tal meteorito, la tasa de mortalidad habría sido del 100%, todos atrapados en el caos vehicular.

Pasar el puente de la 33 fue también difícil, todo el mundo iba para allá, pues el espectáculo se veía era desde ese lado del río. Al fin llegué donde mis papás, pero había tacos y multitudes de gente caminando hasta por las callecitas del barrio. En Colseguros ya habían puesto un aviso de "Están llenos los parqueaderos de visitantes". Llegué y mis papás se sorprendieron gratamente, no esperaban que fuera a ir. Con ellos estaba mi prima Ana María, con su hijo Tomás, que no paraba de preguntar cuándo era que comenzaba el espectáculo. No eran todavía las seis y la cosa estaba anunciada para las siete. Llegaron también después unos primitos de Tomás con los papás.

La cosa sí empezó a las siete, pero primero hubo discurso de Alonso Salazar y de Juan Manuel Santos que había venido expresamente a Medellín para lo del bicentenario. El sonido era muy bueno, fuerte, tanto que a cada rato se disparaba la alarma de algún carro. Pero no se entendía casi nada, pues el eco de los edificios repetía todo y lo convertía en una cacofonía de catedral antigua.

Finalmente el espectáculo de fuegos artificiales, 2200 millones de pesos en pólvora. Pero se veía muy bonito, cosas que nunca me habían tocado. Era un espectáculo lineal desde San Juan hasta la 33, así que el balcón de mis papás era un sitio privilegiado. La pólvora era sincronizada con la música, todo un recorrido por el folklore colombiano hasta terminar con Juanes y su "ama la tierra..." Había chorros de luces desde el piso, como si hubieran ampliado el espectáculo de fuentes del edificio inteligente, había como cometas que eran chispitas de luz en todo el recorrido, dibujando arcos luminosos en el cielo que después se iban iendo con el viento. Había luces crespas, filas de explosiones multicolores desde San Juán hasta la 33 y de regreso, otras como una lluvia de oro que llenaba el cielo, era como estar cerquita del centro de la Vía Láctea donde hay mayor densidad de estrellas.

A mi me gustó.

"Esperemos media horita a que se despeje y después lo llevamos a que recoja el carro", pero la población total de Medellín incluyendo todo el valle de Aburrá no se evacúa en media horita. Por las ventanas alcanzábamos a ver las callecitas laterales, un solo río de gente, no había modo que pasaran los carros. El río no amainó. Los cuñados de Ana María habían venido en taxi, ellos venían desde San Pablo. Eso queda por el zoológico. No me imagino como hizo el taxi para llegar. Al fin decidieron que se iban a ir a pie hasta la casa, caminando por la autopista, al lado del río, mucha gente estaba haciendo lo mismo. Yo decidí irme con ellos, los nervios de mi mamá fueron aplacados con la idea de que me iba acompañado, al menos hasta la calle 20 más o menos. Otra ventaja: después de una semana de aguaceros, ese día no llovió. Dejé el saco, la corbata, el morral y nos dispusimos a salir.

Entonces, un apagón.

Bueno, no duró más de medio segundo, pero fue chistoso escuchar a un millón de personas gritar de asombro por unos milisegundos de oscuridad. Nos pareció prudente no bajar en ascensor, por si la cosa se repetía y de pronto hasta se quedaba así. La bajada de las escalas nos sirvió de calentamiento. Abajo, en el parque interior de Colseguros había casi un bazar, la gente había montado sillas, mesas, manteles y de todo. Afuera nos esperaban los ríos de gente.

Eran las 8 y cuarto cuando salimos. Yo había averiguado que el éxito lo cerraban a las nueve. Alrededor de Colseguros, por todas las callecitas, había carros, parqueados a lado y lado y otros que no estaban parqueados pero que no podían avanzar ni para adelante ni para atrás. La multitud fluía alrededor de los carros y las motos. Hasta más allá de la 33 caminamos a contra corriente, el resto de la gente venía en sentido contrario, era por la autopista, tanto el carril de la ciclovía como el otro, gente, gente y más gente. Era otra escena de película: después del primer ataque de los invasores, la gente abandona la ciudad caminando, dejando atrás sus automóviles inutilizados por el temible pulso electromagnético.

Eran las 8 y media y apenas íbamos en la 30. La gente atiborrada en el puente de la 30 sobre el río. El peatonal de Industriales estaba cerrado, la estación seguía fuera de servicio. El problema era que ya eran las 8 y media y si yo seguía a ese paso no iba a llegar a tiempo por el carro. ¿qué pasa cuando uno deja el carro de un día para otro en el parqueadero del éxito? Esta familia con la que yo iba no iban demasiado despacio, iban a buen paso, pero no era suficiente para yo alcanzar mi meta a tiempo. Así que nos despedimos y puse "paso vaticano".

Seguía habiendo gente, pero ya no eran multitudes. Ya estaban habilitando la autopista para los carros y las motos pasaban como alma que lleva el diablo, la gente comentaba ofendidísima la imprudencia de los motociclistas. Ya para ese entonces, iba yo por la de la ciclovía, que de momento era sólo peatonal. La otra estaba guarnecida por cuadras y cuadras por personas optimistas que pretendían coger un bus o un taxi. Yo seguía con mi "paso vaticano". Por ahí le oí decir a una señora "ese debe ser que hace mucho ejercicio". Nada más lejos de la realidad, hace años que no piso un gimnasio. Criaturas invisibles comenzaban a clavar sus filosas dentaduras en mis pantorrillas.

Las 8 y cuarenta y yo lejos, pero lejos de la diez. Decidí empezar a correr. Yo, corriendo, de camisa de manga larga y pantalón de prenses. Menos mal los zapatos que me había puesto ese día eran de suela de goma. Corrí y corrí, esquivando grupos de señoras y barras de pelados. La carrera no me dio para mucho, tuve que volver a caminar al cabo de un rato, ya ni siquiera me daba para el "paso vaticano".

A las 8 y cincuenta apenas se divisaba Monterrey a lo lejos. Entre corriendo unos raticos y caminando, seguí avanzando contra el reloj. Una alerta de ampolla comenzó a anunciarse desde el dedito chiquito del pie derecho. Mis pantorrillas seguían siendo mordisqueadas inmisericordemente. A las 8 y cincuenta y cinco ya estaba en la diez. Pasé el río por el peatonal del metro, pidiendo permiso y abriéndome paso entre la multitud agolpada. ¿acaso el espectaculo no era por allá por la 33? ¿por qué había tanta gente entonces por estos lados? ¡Claro! Cerrada la estación Industriales, la alternativa de la gente que iba para el sur era llegar hasta la estación Poblado.

Cuando llegué al éxito, casi que el único carro en el parqueadero era el mío. Además, yo había dejado las luces de parqueo encendidas. ¿cuantas horas de luces de parqueo se necesitan para agotar la batería de un carro? Alcancé a entrar al parqueadero, todavía no habían cerrado. Como por disimular no me fui directo para el carro, sino que entré al almacén preciso cuando anunciaban "ha llegado el final de otro día éxito". Compré jugo de naranja, panes para el desayuno y fruta para llevar a la oficina en este resto de semana.

El carró arrancó, sin problemas. ¡Qué descanso! Apenas salí del éxito tuve que encender los limpia parabrisas, había empezado a lloviznar.
¡Qué suerte la que tuve!

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