domingo, 26 de septiembre de 2010

Nuestra Señora de los Donores (6)

Ésta es la sexta y última entrega. La primera la pueden encontrar acá, la segunda acá, la tercera acá, la cuarta acá y la quinta acá.

-∞-

Un tiempo después me enteré a dónde habían ido a parar los ojos de Lucía. Los descubrí un día en las páginas de sociedad de una revista: el mismo color azul profundo, las mismas manchas doradas.

Una joven y exitosa ejecutiva que vivía en Sydney, Australia, hizo una fortuna negociando con futuros y opciones sobre hematocritos y tejido linfático. Gerenciaba su propia empresa comisionista de bolsa con oficinas en New York, Tokyo, Frankfurt y Sao Paulo.

Ella tenía una reunión importante con su junta de inversionistas para presentar su plan estratégico a cinco años. Todo tenía que salir perfecto. Para la ocasión había encargado un diseño exclusivo a la casa de alta costura de Balenciaga.

El color de los ojos de Lucía era el complemento perfecto para ese vestido.

-∞-

Encontré la revista en la sala de espera de una de las casas de mujeres de los barrios del norte. Me había vuelto un cliente habitual, pero yo no visitaba las más costosas, claro que no: ésas eran exclusivamente para los turistas. Allí trabajaban sólo mujeres que ya habían hecho muchas donaciones, quizás demasiadas. Sobrados de transplantes sin piernas o sin brazos, o sin piernas ni brazos: aquello era muy apetecido por cierto tipo de turistas. Obviamente, tampoco tenían ya sus cinturones.

En la casa a la que yo iba sólo trabajaban mujeres de afuera del valle. Ninguna tenía sangre de donor en sus venas, excepto por alguna posible transfusión. Con el asunto de los cinturones de castidad a esas mujeres les iba muy bien. Tenían la clientela asegurada entre los donores adolescentes.

En la casa trabajaba una chica, nunca supe cómo se llamaba. Yo le decía Lu. Ella prefería Lulú.

Creo que era más o menos de mi edad, pero parecía mucho mayor. Se mantenía tomando vodka de contrabando y prácticamente no dormía. Por eso las ojeras. Tenía un aliento dulzón, como de jugo de naranja fermentado y si no fumaba era porque en el valle era imposible conseguir cigarrillos, ni siquiera camuflados dentro de muñecas de porcelana.

Ella se ponía lentes de contacto azules para mí. Incluso les hizo puntitos dorados con un marcador.

-∞-

Lu fue la que me propuso salir del valle. Era una locura, pero no lo dudé ni un segundo. Yo ya no tenía nada qué perder. Nos fuimos de viaje, lejos de la ciudad, lejos de las montañas que la aprisionaban.

La verdad, no me arrepiento de nada. Pude hacer las dos cosas que siempre había querido.

Pisé la arena de la playa y me mojé los pies con agua salada.

Fui a un partido de fútbol, en un estadio a reventar.

Eso fue antes de que Lu me vendiera a una banda de traficantes de órganos.

-∞-

Peor que las langostas lo pasan esos pescados que comen los japoneses. A ésos se los comen vivos. Lo viste en un noticiero: Es un plato grande de sushi en medio de la mesa y el pescado está decorado con ensalada y puesto de manera que parece posando para una fotografía. Tiene varios cortes, de modo que les queda fácil a los japoneses agarrar bocados con sus palitos. Tiene salsa también, salsa de soya salada en todas esas cortadas. El pescado está vivo y sigue intentando respirar. Mueve la boca y las agallas. Se está asfixiando, sin duda, y mientras tanto una familia de japoneses lo devora.

-∞-

Acá estoy, tendido en el mostrador de una tienda de órganos perdida en el barrio chino de quién sabe qué ciudad, bajo la luz intermitente de un anuncio de neón. Ya se llevaron mi otro riñón y mi pierna derecha. Tengo una placa de plástico transparente en el lugar donde debía estar mi abdomen, así que los órganos que me quedan están expuestos. No siento dolor, debo tener la médula espinal seccionada en el punto preciso, o tal vez más adentro, en el cerebro, pues lo único que puedo mover son los ojos.

“Mamá, mamá, mira esto.” Un niño tiene la cara pegada a la vitrina y me observa con curiosidad. “¿Qué hacen esas personas ahí acostadas?”

“No son personas, cariño.” Lo corrige su mamá. “Son donores. Mira el letrero rojo que tienen en el cuello, ésa es la marca de fábrica.”

“¡Wow! ¡Nunca los había visto! Parecen gente de verdad.”

“Son muy parecidos a nosotros, así podemos usar sus órganos.” Ella también me mira a los ojos.

“¡Hasta tienen la sangre roja! Igual que nosotros.” El niño señala los tubos de mi diálisis.

En efecto, mi sangre es de un rojo intenso bajo la luz fluorescente.

“Vámonos ya, que papá nos está esperando.” Dice ella.

La madre y el niño se alejan tomados de la mano.

Yo cierro los ojos.

Quisiera poder dormir un poco.

FIN

Juan Diego Gómez, 2010

Nuestra Señora de los Donores (5)

Esta es la quinta entrega de este cuento. La primera entrega está aquí, la segunda acá, la tercera acá y la cuarta por allá.

-∞-

Cuando volví a ver a Lucía habían pasado varios meses. Yo estaba con una de mis hermanas y con Benjamín. Veníamos de que le pusieran unos puntos en la frente porque se había caído de la cama.

Lucía estaba sola.

Ya no era la Lucía que yo conocía. Estaba más callada, más distante, pero no sólo en eso había cambiado.

Me miró de frente. Al menos eso parecía. En el lugar donde debían estar sus ojos había un servomecanismo negro con lucecitas rojas intermitentes. Me saludó con una sonrisa vacía.

Yo intenté sonreír, pero creo que no me salió más que una mueca falsa.

Hablamos si mucho cuatro palabras, me comentó que podía ver relativamente bien, aunque en blanco y negro y muy pixelado, pero que ahora podía ver mejor de noche, cuando no había luz.

Al despedirse me dio un beso en la mejilla. Yo no pude disimular un estremecimiento.

Nunca más la volví a buscar.

-∞-

Las langostas están vivas cuando las echan a hervir. Tú lo has visto en la televisión. Les ponen unas bandas de goma en las tenazas, para que no se despedacen mientras esperan para ser escaldadas. Recomiendan meterlas a la nevera un rato antes de cocinarlas, para que estén adormecidas y no pongan resistencia al echarlas a la olla. Da igual, el caso es que van para la olla. En las películas muestran restaurantes elegantes, en los que los meseros sólo hablan francés. Allí mantienen a las langostas en grandes peceras, a la vista de los clientes, de manera que ellos puedan elegir la que se van a comer. Tú no sabes si las langostas entienden lo que les va a pasar y por eso prefieren matarse entre ellas.

-∞-

Mamá ya no pudo tener más hijos. Así que pasó de ser mamá a ser un donor común y corriente, como cualquiera de nosotros.

Al principio no resultó tan grave. Iba con nosotros cada tres meses a las instalaciones de la Cruz Roja, una filial de la Compañía, a que le sacaran sangre, medio litro cada vez. También cada año a la extracción de médula. A eso le tenía pereza. Duele muchísimo hasta una o dos semanas después de la intervención, pero ella nunca se quejaba.

Los primeros tres años no le tocó ningún órgano. No salió en la lotería. Después le tocó un riñón y al año siguiente el bazo y unas venas de la pierna. Después fue el sistema reproductivo. El útero obviamente no servía, estaba muy desgastado, lo mismo que los ovarios, pero las trompas de Falopio sí, y también los órganos externos. Se venden muy bien cuando el donor ha sido mamá. Dicen que son de buena suerte.

Entonces llegó la solicitud por corazón y pulmones.

Esta solicitud no entraba en el sorteo, ésta venía con nombre propio. Todos sabíamos lo que eso significaba. Así es como la Compañía nos informa que se ha cumplido la vida útil de uno de sus donores.

Todos la acompañamos a la clínica ese día. Incluso estaba Benjamín, que ya tenía seis años. Benjamín tenía el brazo derecho enyesado. Ya era la tercera fractura. Los mellizos jugaban muy brusco con él y ninguno de nosotros se molestaba en ponerles un límite.

“Hijo, yo me voy tranquila,” me dijo cuando me tocó el turno de despedirla. “Ya viví todo lo que tenía que vivir.”

“Mamá, usted nos va a hacer mucha falta.” Le dije.

“No hablemos de eso.” Me dijo. “Ahora tengo que decirle otra cosa.”

“¿Qué cosa, mamá?”

“Vea, yo sé que ustedes no quieren a Benjamín…”

“No mamá, ¿cómo se le ocurre?” La interrumpí.

“¡Shh!” Me tapó la boca con el dedo índice. “Una mamá sabe esas cosas. Yo en cierta forma los entiendo… pero comprenda que Benjamín no tiene la culpa de nada. Se lo he dicho a todos y se lo voy a decir a usted también. A alguno le tenía que tocar, yo ya estaba muy mayor.” Se quedó callada un momento, mirando para el techo, como acordándose de algo. “La verdad es que yo le estoy muy agradecida al niño. Entiéndame, hijo. Ustedes no saben lo que es estar embarazada treinta años seguidos… Yo ya estaba cansada.” Me apretó la mano con fuerza. “Pero lo peor de todo no era eso... Lo peor era verlos a cada uno de ustedes pasar a manos de esos carniceros, ver que se me los estaban llevando, de a poquitos. Y una sin poder hacer nada… ¡Eso no es vida!”

-∞-

(continuará)

Nuestra Señora de los Donores (4)

Ésta ya es la cuarta entrega. La primera la encuentran acá, la segunda acá y la tercera acá.

-∞-

Con Lucía no nos veíamos hacía un buen tiempo. Ahora que estaba ya grande, pasaba más tiempo con otra gente. Pero sí hablábamos de vez en cuando, por teléfono, al menos en los cumpleaños y para Año Nuevo.

De manera que era raro que Lucía me llamara. No insólito, pero raro sí.
No nos vimos en su casa. Me estaba esperando en el parque. Estaba sentada en uno de los columpios, sola. Había un grupo de niños jugando cerca, en un arenero. Todos con gafas protectoras y con guantes los que tenían manos.

Me senté en el otro columpio, ella me miró seria, con esos ojos azules con manchitas doradas.

“Estoy embarazada.”

A todas las niñas en el valle entre los 11 y 12 años de edad, antes de su primera menstruación, les instalaban ese aparato electromecánico entre las piernas que sólo se podía abrir cuando firmaban un contrato de maternidad, para la inseminación artificial. Los muchachos teníamos que conformarnos con lo que había de la cintura para arriba. Por eso la mayoría terminaba frecuentando los barrios del norte del valle, donde estaban las casas de las mujeres de afuera, las que cobraban por lo que tenían de la cintura para abajo.

“No es de la Compañía.” Dijo ella después de un rato.

Un frío intenso me recorrió la espalda, de arriba a abajo. “Pero... ¿Cómo?” Alcancé a decir finalmente. Esas cosas simplemente no podían pasar.

“El tipo trabajaba en los archivos de la Compañía. Tú no lo alcanzaste a conocer.”

“¿Trabajaba? Pregunté.

“Él me prometió que me llevaría muy lejos. Y yo le creí. ¡Fui una tonta! Desde que se enteró no me responde al teléfono. Seguro se fue del valle.”

Ella se levantó del columpio y dio un par de pasos hacia adelante. Siguió hablando, sin mirarme. “Él fue el que consiguió las claves para abrir el cinturón. Me convenció de que no tendríamos ningún problema si usábamos preservativos. Los traen de contrabando desde China, escondidos dentro de muñecas de porcelana. ¡No puedo creer que haya sido tan imbécil! ¡Ahora sí que la cagué! Ya nunca... nunca...” Su voz se quebró. Metió la cara entre sus manos. “¡Ya nunca voy a poder ser mamá! ¡Nunca!”

Corrí hacia ella. Era más alta que yo pero en ese momento parecía tan pequeñita, tan frágil, temblaba como un animalito asustado. La abracé. Olía a lavanda y a sábanas limpias.

“Ya, ya,” le dije, “vas a ver que todo va salir bien.”
“¡No!” Me rechazó. Me apartó con fuerza. “¡Nada va a salir bien! Estoy esperando un rechazado. La Compañía... ellos nunca me van a dar un Contrato. ¡Nunca!”
“Pero... algo habrá que podamos hacer.”

Me miró otra vez, sus ojos azules enrojecidos por el llanto. “No puedo permitir que se enteren.” Dijo. “Si no puedo ocultarlo me harán la vida imposible.”

La única alternativa era un aborto. Pero ir al centro de salud o a una de las clínicas de la Compañía era imposible. Lucía quedaría fichada de inmediato. Eso sin contar con las multas para su familia. Tendría que hacerlo en un consultorio clandestino. Pero eso iba a costar, y mucho.

“Voy a ir a la catedral.” Dijo. Su voz era firme de nuevo. “Ya lo tengo decidido.”

-∞-

A la semana siguiente mi mamá quiso visitar a la abuela para que conociera al recién nacido y me pidió que la acompañara. La abuela vivía en una casa de retiro, en su propia habitación, ella era de las pocas personas de su edad que podían darse ese lujo. Tenían un jardín amplio, con flores de verdad, y la fachada estaba pintada toda de blanco, incluso las puertas y los marcos de las ventanas.

Cuando llegamos, la abuela estaba sentada con otras señoras en el porche. Al vernos se levantó e hizo su versión de una sonrisa. “Dolita, hija. ¡Cuánto tiempo!” A veces no se le entendía. Se le hacía difícil pronunciar sobre todo las palabras con eme o con pe.

Nos hizo pasar a su cuarto. Tenía una lamparita en la mesa de noche cubierta con una tela, de manera que todo se veía en una penumbra roja. También tenía su altar de la Virgen de los Donores. Toda la pared detrás del altar estaba llena de fotografías, éramos todos sus hijos y sus nietos. Arriba iban los que ya estaban muertos, como mi hermano Braulio, abajo los que todavía eran niños, en la mitad estábamos el resto, organizados en alguna jerarquía que sólo ella entendía. No le tenía veladoras sino una instalación eléctrica de lucecitas amarillas.

“Qué cosita más bonita,” dijo la abuela recibiendo al bebé, “se está tomando toda la lechita, ¿cierto? ¡Está gordito, gordito!”

Yo nunca le conocí la cara a la abuela. Corrijo: Nunca vi a la abuela con su propia cara. La cirugía había sido mucho antes de que yo naciera y ella nunca se quitaba la máscara en presencia de otras personas, ni siquiera de los más allegados. Nunca.

En su juventud había sido una mujer muy hermosa. La más bonita de todo el valle. Eso decían los que la conocieron entonces. Tenía varios portarretratos encima de la cama, todos con fotos antiguas de ella, de cuando tenía cara. Uno de ellos tenía una pantalla que pasaba continuamente la película donde había salido la cara de la abuela. Era una película de Hollywood.

“¿Cómo pueden rechazar a un niñito tan hermoso como éste?” La abuela estaba mordisqueando uno por uno todos los deditos de Benjamín. Se veía extraño, pues la máscara de la abuela no tenía lo que se dice propiamente labios. Aún así, ella se los pintaba siempre con labial rojo; también se ponía rubor en las mejillas y sombra en los ojos. “¡Tiene la nariz de la abuelita! Mira, Dolita, mira.”

La productora pagó muy bien por la cara de la abuela y el contrato incluyó un porcentaje de la taquilla. Fue uno de los éxitos de la década y la actriz ganó muchos premios. Por eso la abuela tenía con qué pagar su habitación.

Pero ésa fue la única película que hizo aquella actriz con la cara de la abuela. Al año siguiente se volvió a operar. Así es el mundo del espectáculo.

“Dolita, yo sé que usted tiene miedo, hija.” Comenzó a decirle la abuela a mamá. “Yo no soy quién para decirle, pero he conocido a mucha gente. Ya va a ver que no es tan difícil cuando empiece a donar los órganos.”

“¿Donar órganos?” Pregunté espantado. “¿Mi mamá? ¿Cómo así? ¡Pero si mis hermanos y yo siempre cumplimos juiciosos la cuota de cada año! No tienen por qué meterse con mamá.”

“¿Al niño no le han contado?” Preguntó la abuela.

“¿Que no me han contado qué?” volví a preguntar.

Mi mamá fue la que respondió. “Hijo, no les habíamos contado para que no se preocuparan.” Me miró con la cara que ponía cuando rezaba el rosario. “Cuando las mamás tenemos un rechazado no podemos volver a tener hijos.”

“Es cosa de la gente que maneja los números, allá en la Compañía.” Agregó la abuela. “Dicen que, habiendo pasado la primera vez, la probabilidad es muy alta de que vuelva a pasar. Por eso no les dan más contratos.”

“Yo sé eso, pero, ¿y lo de donar órganos?” Me desesperaba que me miraran así.

“Cuando las mamás ya no tenemos más hijos, a más tardar al año siguiente tenemos que empezar a participar de la cuota, como todo el mundo.”

Yo no podía creerlo. “¡No! ¡Así no es! Los hijos somos los que donamos, no las mamás. ¡Para eso estamos los hijos!”

“No se ponga así. Ése es el orden de las cosas.” Mamá me abrazó. La abuela todavía tenía cargado al niño.

“¿Y entonces la abuela qué? Ella nunca...”

“El caso de la abuela es distinto. Con lo de la película ella pudo recomprar su contrato. Para eso hace falta mucha, pero mucha plata. Sólo alcanzaba para pagar el de ella.”

Benjamín empezó a balbucear. Con gusto le habría dado un buen pellizco: mi mamá iba a tener que pasar por todo eso y era por su culpa.

Venga, no se ponga así.” Intentó la abuela.

Yo no quería que me vieran la rabia en la cara, así que les di la espalda.

Quedé mirando al altar de Nuestra Señora.

A la virgen de la abuela le faltaba el rostro.

-∞-

Noche tras noche tuviste el mismo sueño. Estabas solo en un pueblo desconocido y por algún motivo sabías que el lugar quedaba fuera del valle, más allá del muro y de las cercas de alambre de púas. Ellos te miraban con los ojos desorbitados e inyectados de sangre. Los ojos rojos eran lo único de color en una pesadilla en blanco y negro. Había amas de casa, policías, señores de corbata, monjas. Todos te perseguían, despacio pero sin pausa. Había incluso una profesora con varios niños pequeños. Todos eran zombies y te perseguían para despedazarte y repartirse tus órganos.

-∞-

(continuará)

Nuestra Señora de los Donores (3)

Esta es la tercera entrega, para ver la primera hagan click aquí y para la segunda aquí.

-∞-

Todos en mi familia somos donores. Todos excepto Benjamín, el menor, que fue rechazado al nacer. Porque él fue rechazado hoy está muerta mamá. Porque ella estaba muerta decidí salir del valle. Y porque salí del valle…

Todo porque nació Benjamín.

Justo después del parto le hicieron los mismos exámenes que nos hicieron a todos nosotros. Pero él no pasó la prueba, no era un donante universal. Por eso no le tatuaron la marca que llevamos todos los demás:

Property of
Universal
DONOR
Incorporated

La palabra “DONOR” está escrita en letra grande, el resto de la frase apenas si se alcanza a leer. Por eso nos llaman donores: los donantes universales. Todos nuestros órganos, cualquier parte de nuestro cuerpo es, por así decirlo, Plug and Play. Cualquier persona puede recibir el transplante, sin riesgo alguno de rechazo, sin drogas ni tratamiento alguno: Plug and Play.

-∞-

Después de que compran los exvotos en las tiendas, los peregrinos tienen que pasar a la oficina de registros de la Compañía. Allí diligencian sus solicitudes y deben hacer un depósito dependiendo del tipo de órgano y de la edad del solicitante. Se reciben todas las tarjetas, Visa, Mastercard, American Express. Sólo después de aprobado el crédito marcan el exvoto con un código y le ponen el precio. Apenas una cuarta parte de eso le corresponde a la familia, el resto es para la Compañía.

Mi hermano Braulio trabajaba en esa oficina hasta que pasó lo de la trombosis, pero no era por necesidad. Los donores no tenemos que trabajar, nuestro trabajo es ser donores.

Sólo cuando los exvotos están marcados entran los peregrinos a la catedral. Todas las tardes, casi hasta que se pone el sol, hay filas de ellos. Adentro, la misma música pregrabada, la misma oscuridad, las velas encendidas.

Los peregrinos cuelgan entonces los exvotos en las paredes de la capilla. Algunos los adornan con cintas o con flores secas, otros incluso rezan algo antes de retirarse.

Al otro día, desde la madrugada, entran las mamás a la catedral, algunas solas, otras con uno o dos niños, la mayoría están embarazadas. A las mamás les corresponde administrar las cuotas de la familia, como cabezas de hogar.

Los peregrinos nunca se enteran quién recoge su exvoto.

Los donores nunca sabemos quién lo colgó.

-∞-

El día en que nació Benjamín, yo acababa de cumplir trece años y mamá tenía cuarenta y cuatro.

Después de los cuarenta es cuando empiezan a nacer los rechazados. Todos lo sabíamos, así que de alguna manera lo estábamos esperando. Durante los últimos cuatro embarazos estuvimos pendientes. Unos en el centro de salud y los otros llamando de tanto en tanto a averiguar noticias. Sin embargo, las tres niñas salieron todas con su marca de “DONOR”, y también los mellizos.

Yo estaba ese día en la sala de espera con tres de mis hermanas mayores. Ellas rezaban murmurando para sí mismas. En lugar de rezar, yo miraba un partido de fútbol en el televisor. Hacía mucho calor y el único ventilador estaba malo. También estaban los mellizos, por alguna razón no había con quién dejarlos en casa. Ellos protestaban de vez en cuando, pero ya no había más ropa que quitarles.

“Acompañantes de la señora Dolores Pérez.” La voz apenas si se entendía en el parlante.
No nos hicieron pasar al pabellón de recién nacidos sino a una oficina pequeña donde había instalado un aparato de aire acondicionado. Era más el ruido que hacía que lo que refrescaba.

Uno de los mellizos empezó a llorar. Mi hermana lo tomó en sus brazos intentando tranquilizarlo.

No nos atendió una enfermera sino un señor de corbata con escarapela de la Compañía. De inmediato comprendimos que las noticias no eran buenas.

El señor, incómodo con el llanto, trataba de explicar, “esas cosas suceden, lamentablemente, aunque la Compañía toma todas las precauciones a su alcance para evitarlo. Por eso nunca se utiliza la concepción natural. Hay demasiadas variables fuera de control. En cambio, para cada óvulo se selecciona siempre la muestra de esperma más adecuada: aquélla que arroja la mayor cifra de probabilidad de éxito para el proceso.”

Si el bebé donor hubiera nacido muerto, no habría sido tan mala noticia. Hay buena demanda para los órganos de recién nacidos. La Compañía puede aprovechar hasta el último hueso. Y si la familia está con suerte y los órganos están al alza en el mercado internacional, incluso hay bono adicional.

Bueno, hay luto por el bebé muerto y todo. Pero mala noticia no es.

“Por supuesto,” continuó el señor, “las muestras de esperma son producidas exclusivamente a partir de células madres importadas. Sólo manteniendo los más altos estándares de calidad podemos garantizar que nuestro país siga siendo líder en Latinoamérica en este importante renglón de exportación. Ustedes me entienden”.

No, la verdad nos perdimos en la parte del renglón. Pero ninguno de nosotros quiso interrumpirlo. Ninguno excepto el bebé, que seguía llorando a todo pulmón, y su hermano, que había decidido unirse a la protesta.

“Sin embargo, en algunos casos, suceden accidentes como éste.” Seguía hablando, evidentemente irritado por el ruido. “La condición de donante universal corresponde a una combinación muy precisa de varios cientos de genes, cuya patente pertenece obviamente a la Compañía. Basta con una sola desviación en toda la secuencia y tenemos, como acá, un individuo cuyos órganos serían rechazados en caso de un transplante. Es una situación inaceptable desde todo punto de vista. ¿Pueden callar a esos bebés?” Mis hermanas en verdad lo intentaron, pero los mellizos no querían parar de llorar.

Los niños rechazados son un problema para la familia. Una carga. Como no sirven para transplantes, no tienen una renta asignada. Todos tenemos que sacar una parte de lo que nos corresponde por derecho para poderlos sostener.

“Técnicamente es un incumplimiento contractual,” continuó el señor, “de manera que la parte afectada, para el caso, la Compañía, está en todo su derecho de cancelarlo de manera inmediata e invocar la cláusula de garantías.” Mis hermanas lo miraban con cara de perdidas, no entendían nada. Ni yo tampoco. Los gritos de mis hermanitos no me dejaban pensar.

“Así que vamos a hacer efectivas las pólizas. Eso cubrirá los gastos en que ha incurrido la Compañía hasta el momento”. Concluyó. “Un representante de la aseguradora los contactará para acordar la forma como ustedes pagarán la deuda resultante.”

No sólo teníamos que mantener a ese niño sino que quedábamos debiendo quién sabe cuántos millones. Y encima los mellizos no paraban de llorar.

Entonces me sonó el celular.

Era Lucía.

-∞-

(continuará)

Nuestra Señora de los Donores (2)

Esta es la segunda entrega de este cuento, para ver la primera hagan click aquí.

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Por las tardes teníamos colegio pero no estudiábamos. Había clase de educación física. Todos los días, incluso los sábados, sin falta.

El profesor de educación física tenía una barriga enorme, que le salía pareja desde el pecho. Iba vestido de sudadera y llevaba un silbato colgando del cuello y su escarapela verde de la Compañía. Los que vivíamos en el valle éramos todos donores o gente de la Compañía. Los turistas nunca se quedaban más que de un día para otro y los peregrinos si pasaban de una semana era mucho.

Cada día le dábamos veinte vueltas a la cancha. Marchando a lo que más podíamos, pero nunca corriendo. “Correr daña las rodillas.” Nos decía el profesor. “No queremos rodillas malas, ¿cierto?”

Al único de mi salón al que dejaban correr era al Mocho. Todos lo mirábamos con envidia cuando nos pasaba volando con sus piernas de aluminio y poliestireno reciclado.

A mí me hubiera gustado jugar al fútbol, como los jugadores que veíamos en la televisión, o como los niños que salían en las películas. Pero tampoco dejaban. “Se pueden partir una pierna o hasta sacar un ojo. ¡Con lo que cuesta un ojo hoy en día!”

Nos dejaban jugar a la pelota, pero aquello era una cosa muy distinta al fútbol. Teníamos que ponernos casco y gafas protectoras, también rodilleras, coderas y un chaleco acolchado. Casi ni podíamos movernos. Pero era lo que lo que podíamos jugar.

-∞-

Recuerdo una tarde que había llovido y se me había embarrado el uniforme, incluso las gafas y el casco. Al llegar a casa, escuché voces en la sala, eran varias mujeres hablando en voz baja. Entré y vi a mi mamá, arrodillada frente al altar de Nuestra Señora.

En ninguna de las casas del valle podía faltar el altar dedicado a la Virgen de los Donores. El de mamá tenía pegadas en la pared, alrededor de la virgen, fotografías de cada uno de mis hermanos y hermanas, también estaba la mía. Manteníamos dos veladoras de las grandes encendidas a lado y lado de la imagen.

Una vecina tenía la camándula en la mano. Rezaba en voz alta y las demás señoras le respondían. Todas estaban vestidas de negro.

“¡Ay dolor, dolor, dolor,
por mi hijo y mi Señor!
Yo soy aquella María
del linaje de David.”
Era la novena de la virgen.

Mamá alcanzó a verme y me dio la noticia. Mi hermano Braulio había salido esa mañana con otros dos de mis hermanos mayores para el puesto de salud. Iban a hacerse la extracción de médula ósea. Era una cosa de rutina, todos los años había que hacerlo al menos una vez, los hombres desde los doce años y las mujeres desde los catorce.

“A mí me dijo Gabriel
que el Señor era conmigo,
y me dejó sin abrigo
más amarga que la hiel.”

“La intervención se complicó,” me dijo en voz baja, casi susurrando, “Le dio un trombo. Se le fue al cerebro y ya no despertó”. Mamá tenía los ojos rojos y la cara congestionada.

“Díjome que era bendita
entre todas las nacidas,
y soy de las doloridas
la más triste y afligida.”

Una de las señoras, la vecina del piso de arriba, se nos acercó y le dijo algo a mi mamá al oído. Yo no alcancé a entenderle. “No, tranquila. Yo acá tengo uno.” Le respondió mi mamá. “Mis hijos me lo regalaron la Navidad pasada”. Abrió un cajón pequeñito en la mesa del altar y sacó de él una caja forrada en terciopelo negro. Adentro había un martillito y un cincel, ambos de plata y decorados con grabados.

“Decid, hombres que corréis
por la vía mundanal,
decidme si visto habéis
igual dolor que mi mal.”

Mamá se acercó a la imagen de la virgen. Al niño le faltaban un pie y todo el brazo derecho. Mamá tomó el cincel y el martillo y de un golpe le tumbó los deditos del otro pie. Después se levantó y sopló sobre cada una de las veladoras. Las llamas se apagaron y quedaron dos hilos de humo gris.

Y vosotras que tenéis
padres, hijos y maridos,
ayudadme con mis gemidos,
si es que mejor no podéis.”

“¡Ay, hijo! Ése fue el destino de la Virgen María: entregar a su hijo en sacrificio. Y ése es el destino de nosotras las mamás. Tener y tener hijos, uno detrás del otro. Para después entregarlos a la cuchilla de los cirujanos. Por lo menos Braulio no se me murió jovencito. Hay que agradecer que pudo vivir hasta los diecisiete.”

Yo estaba pensando en otra cosa y al fin le pregunté: “Mamá, ¿qué es un marido?”

-∞-

Pasaron dos semanas y llegó la notificación de la Compañía. Con la muerte de Braulio la familia había cumplido su cuota anual. Al menos hasta enero no tendríamos que decidir quién iba a dar el próximo riñón, o el páncreas, o un pulmón. Incluso nos tocaba un bono adicional. Ya la Compañía había hecho el depósito en la cuenta de mamá.

Al día siguiente fuimos al centro comercial y el fin de semana todos estrenamos. Yo estaba muy contento con mis tenis nuevos, rojos y negros con cintas plateadas.

-∞-

(continuará)

Nuestra Señora de los Donores (1)


Ésta es la primera entrega de mi cuento "Nuestra Señora de los Donores", publicado en la colección "Sin Censura" de la Biblioteca Pública Piloto.

Nuestra Señora de los Donores
2010, Juan Diego Gómez Vélez

Era un corazón rojo y dorado, pero no era un corazón de mentiras: tenía todas las venas y arterias y demás detalles, como los que uno ve en las carnicerías. Sólo que éste era diminuto y estaba hecho de oro y vidrio de color.

Era demasiada tentación para un niño de mi de edad.

Se destacaba entre los demás exvotos, unos también de oro y otros de plata, que llenaban las paredes de la capilla. Eran piernas, brazos, hígados, manos, lenguas, dedos, estómagos, ojos, pulmones, narices, riñones, había copias de cualquier parte del cuerpo que yo podía nombrar y de muchas otras que no conocía. Brillaban aquí y allá tras el humo del incienso, con las luces de colores que se filtraban a través de los estrechos vitrales.

Yo tenía ocho años y ya había aprendido lo que eran los exvotos. Nuestra vida, la de todos los que nacemos en el valle gira siempre en torno a ellos. También había aprendido que me podía meter en problemas si agarraba ese corazón. Los niños no podíamos coger los exvotos, por más bonitos y brillantes que nos parecieran. Solamente estábamos ahí para acompañar a las mamás.

En el centro de la capilla estaba la imagen de la virgen, rodeada por cientos de velas encendidas. El resto de la catedral permanecía en penumbras. La imagen de Nuestra Señora estaba vestida de blanco y tenía un manto negro con bordados dorados. Su rostro era pálido y tenía lágrimas de vidrio en las mejillas. Hacía muchos años, cuando la instalaron en la capilla, llevaba al niño Jesús cargado, pero ahora de él ya sólo quedaba un montoncito de escombros a los pies de la virgen. Ella no tenía manos, los brazos estaban rotos a mitad del antebrazo.

La larga fila de mamás recorría lentamente el estrecho espacio entre la virgen y los exvotos. Yo estaba cansado y aburrido, llevábamos en esa fila desde las tres de la mañana, esperamos horas antes de que abrieran la catedral y todo porque mi mamá quería ser de las primeras en entrar. Igual tenía que estar calladito. Todo el mundo estaba en silencio y sólo se escuchaba una y otra vez el canto pregrabado del Ave María.
Mamá se detuvo a contemplar un grupo de exvotos de plata en forma de riñón. Yo aproveché su descuido y le eché mano al corazón. Nadie se hubiera enterado de no haber sido porque detrás del corazón se vinieron abajo dos docenas de exvotos.

“¡Le dije que no tocara nada!” Mi mamá nunca nos pegaba, pero a veces ponía esa voz que nos dejaba pálidos. “A ver, ¿Qué fue lo que cogió?”

La miré con los ojos más inocentes que pude conseguir y negué firmemente con la cabeza.

“Respóndame, pues. A usted no le han sacado la lengua.”

Le mostré ambas manos con las palmas abiertas. Vacías.

“Abra la boca.” No era fácil engañarla. Durante dos largos segundos consideré seriamente la alternativa de tragarme el corazón, pero caí en cuenta que un extremo de la cadenita se asomaba acusador entre mis labios, así que me di por vencido.
Saqué la lengua y mi mamá cogió el corazón, todo lleno de babas. “¿Usted sabe lo que le puede pasar si lo descubren con esto a la salida de la catedral?” preguntó, mientras lo limpiaba con la falda y lo volvía a poner en su sitio.

“Entiéndame, hijo. Yo lo que quiero es lo mejor para usted y para sus hermanos.” Ya no parecía estar tan molesta. Juntos recogimos los demás exvotos del suelo.

Después ella escogió dos de los riñones de plata, y tomó también cuatro dedos de oro, (uno era un pulgar) y una nariz. Todo lo metió en una bolsita de tela negra y se la guardó en un bolsillo. “Con esto tenemos para cumplir la cuota,” me dijo, “para eso madrugamos tanto, más tarde no quedan sino hígados y pulmones.”

“Y corazones.” Dije yo.

-∞-

Los domingos eran los días en que más turistas venían al valle. Turistas y peregrinos.
Cada año llegaba más gente y había filas de autobuses para entrar a las explanadas que se habían habilitado como parqueaderos. Todos venían a visitar a Nuestra Señora de los Donores.

Mi familia administraba una de las tiendas de artículos religiosos en la calle del frente de la catedral. Vendíamos estampitas y escapularios y también imágenes de yeso de la virgen en distintos tamaños, nuevas, con el niño todavía intacto, pero ésas no se vendían bien. Lo que mejor se vendía eran los exvotos: el mostrador central estaba lleno con cajitas de cartón, cada una con la muestra pegada a la tapa con cinta adhesiva, ésta una oreja, la otra un páncreas, la de más allá un pie. Las cajas estaban organizadas según un orden anatómico que mis hermanos mayores dominaban a la perfección.

Los que compraban exvotos eran más que todo los peregrinos, para luego colgarlos en las paredes del santuario de la virgen. Las horas de visita para ellos eran en las tardes, ya pasado el mediodía. Nunca coincidían con nosotros dentro de la catedral.
A veces los turistas compraban algún exvoto, como souvenir, por eso había que encargar nuevos a los talleres de vez en cuando. El resto volvían a las tiendas, una vez habían cumplido su cometido.

-∞-

A mí no me gustaba ayudarle a mis hermanos mayores en la tienda. Yo prefería juntarme con mis amigos y repartir volantes a los visitantes. Lo hacíamos por las propinas que nos daban los turistas. Nos vestíamos con la peor ropa y la ensuciábamos a propósito, y entonces las señoras nos miraban con ojos encharcados y nos daban más plata. Casi siempre se tomaban fotografías con nosotros.

De todos, la que más éxito tenía era mi amiga Lucía. Ella tenía entonces diez años, dos más que yo, y unos ojos azul profundo, con manchitas tan brillantes que parecían de oro.
Lucía era tan bonita que alguna vez usaron una foto suya para la publicidad. La llevaron a la costa, solamente para tomarle la foto: La cara de ella aparecía en primer plano y el mar atrás, del mismo azul de sus ojos. Ella lo único que quería era bañarse en el mar, pero los señores de seguridad ni siquiera la dejaron mojarse los pies.

Ese mes todos querían tomarse una foto con la niña del volante. No sólo los turistas, también los peregrinos.

Montamos todo un espectáculo: Mientras Lucía posaba con la gente, los demás hacíamos bulla con pitos, matracas y tambores improvisados, y nos turnábamos para leer con voz muy seria las frases de los volantes.

“¿Por qué esperar a que le fallen los riñones? ¡Remplácelos hoy mismo y aproveche nuestros cómodos planes de pagos!”

Los que no estaban en la fila para la foto, nos hacían un corrillo.

“¿Sabía usted que cultivar un nuevo órgano en el laboratorio le cuesta entre siete y ocho veces más que la alternativa natural? Además, ¿Quién quiere esperar diez años para estrenar páncreas? ¡Libérese ya de la diabetes!”

Leíamos con perfecta entonación y sin tropezar en las palabras. Para ese entonces ya habíamos aprendido todo lo que en el colegio nos podían enseñar: leer de corrido y escribir con letra pegada y despegada, también sumar y restar, y hasta multiplicar.

“Decídase por la alternativa natural. No se arriesgue con órganos construidos en fábricas, con procesos artificiales y cientos de productos químicos. Y recuerde, ¡No le cuesta más!”

Llegó entonces mi turno, preciso en la frase con la palabra largota.

“Ciento por ciento garantizado. Completa compatibilidad con su sistema i-nu.. i-nu… ¡I-nu-mo-lógico!” Obviamente los pitos resonaron, burlándose sin misericordia.

“Sistema inmunológico.” me corrigió uno de los turistas. Tenía todo el pelo blanco y unas gafitas redondas. “¿Sabes lo que es el sistema inmunológico?”

Lo miré con mi cara de tonto. Se supone que los turistas no preguntan cosas como ésa.

“Es una cosa que tenemos en la sangre para que no nos enfermemos.” Acudió Lucía en mi auxilio.

“Muy bien, jovencita.” Respondió el turista de gafitas redondas. “Pero esa cosa también hace que nos enfermemos cuando recibimos un transplante que no viene de un donante universal, por eso son tan importantes.” Sonrió y le entregó un par de billetes.
Lucía le devolvió la sonrisa y después se tomó varias fotos con él y con la esposa.

-∞-

Más tarde, cuando Lucía y yo estábamos contando el dinero recogido en el día, le pregunté: “Lucía, ¿qué es un donante universal?”.

Lucía terminó de contar un morrito de monedas de cien. “Creo que es otra forma de decirnos a nosotros los donores. Es como nos llama la gente que escribe en los libros y en las revistas.”

“Ya… ¿y por qué no dicen simplemente donores?”

“¡Yo qué sé!” Respondió distraída.

-∞-


(continuará)

Sin Censura

Finalmente salió de la imprenta el libro "Sin Censura", colección de cuentos, relatos y poesía de los participantes en el Taller de Poesía y Creación Literaria de Jaime Jaramillo Escobar, que se realiza los sábados en la mañana, todas las semanas, en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín.

Allí, en muy honrosa compañía, se encuentra mi primer relato publicado: "Nuestra Señora de los Donores", un cuento que desarrollé en el seno del taller de Escritura Líquida con Hernán Ortiz y Viviana Trujillo como pacientes tutores. También debo agradecer a Carolina, Carlos y Laura, compañeros del taller, por las largas sesiones de lectura y crítica, y por supuesto a Cris, que me ha acompañado en esto desde su concepción.

Pues nada, que se siente bonito ver el nombre de uno impreso en el papel de un libro que todavía huele a imprenta y participar del jolgorio y alegría general, recolectando firmas y dedicatorias de los colegas compañeros.

El libro va a ser presentado en sociedad, acá como que se usa eso, en el auditorio de la biblioteca, el próximo jueves 28 de octubre a las 6:30 de la tarde.

"Nuestra Señora de los Donores" ya salió al mundo, son suyas las páginas de la 167 a la 192 de "Sin Censura". Ahora puedo también publicarlo por estos lados, para todos los que no tienen fácil acceso al libro impreso. Lo voy a sacar en entregas cortas, pues en los blogs es de mal gusto publicar 26 páginas de una sola vez.

La verdad, sí. Se siente muy rico.

lunes, 23 de agosto de 2010

Macondo 252

Hace un par de días me encontré en una de tantas noticias sobre el tan publicitado derrame de petróleo en el Golfo de México que el pozo en cuestión se llamaba "Macondo 252". Un asunto garciamarquiano, lleno de realismo mágico.

Por otro lado la cosa me recordó la canción "peces de ciudad" de Joaquín Sabina que cantada por Ana Belén menciona a Macondo. La versión original no dice "En Macondo comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver", Sabina comprendió esto originalmente en Comala, el pueblo al que regresa el Pedro Páramo de Juan Rulfo. La diferencia es que Comala existe en nuestro universo, Macondo no, sólo existe en infinitos universos paralelos donde la realidad es un poco más mágica que en el nuestro.

viernes, 30 de julio de 2010

De mobiliario y de canibalismo (1)

Recientemente tuve la oportunidad de ver una película llamada “TOKYO!”, 2008. Se trata de una trilogía, tres mediometrajes realizados por directores no japoneses y que tienen en común la capital de Japón como escenario. De las tres historias, mi favorita es “Interior Design”, de Michel Gondry, director de “Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdo”, 2004, y “La Ciencia de los Sueños”, 2006. “Interior Design” es la adaptación de uno de los cuentos de la colección de comics “Cecil and Jordan in New York” de la caricaturista Gabrielle Bell, quien trabajó junto con Gondry en la realización de la película.

Las visiones surrealistas de Bell y Gondry se combinan para contar una historia sencilla. Hiroko es una joven que llega a Tokio en compañía de su novio, Akira, con el objetivo de realizar el sueño de éste de convertirse en un reconocido director de cine. Desde el principio nos damos cuenta de que Hiroko es la que se encarga de todo: ella conduce el automóvil por las calles lluviosas mientras Akira inventa historias de peatones mutantes convertidos en anfibios que se adaptan al clima de la ciudad; es ella quien administra el limitado presupuesto mientras él juega a ser un guardaespaldas armado que pretende protegerla. Pero las cosas van cambiando y Hiroko ve día tras día como se va diluyendo su lugar en la relación: el único trabajo temporal que logran conseguir es empacando regalos en una tienda, pero Hiroko resulta negada para el asunto y sólo Akira consigue el empleo; Hiroko debe entonces enfrentarse sola a la dura tarea de buscar un apartamento en Tokio, pero la ciudad resulta más inhóspita de lo esperado y sólo logra encontrar asquerosos nidos de ratas, y a un precio que excede su escaso presupuesto. Cuando es estrenada la ópera prima de Akira, resulta aclamada por un selecto grupo de críticos, Hiroko se ve relegada a un segundo plano en ese nuevo mundo de fama y admiradores.

Hiroko se siente invisible, inútil, despreciada, hasta que un día descubre que su imagen en el espejo resulta translúcida a la altura del pecho. Se abre la blusa y descubre que hay un enorme agujero en su pecho, que manifiesta físicamente el vacío interior que ella siente. Este es el primer paso de una dolorosa y bizarra metamorfosis, a través de la cual, paradójicamente, Hiroko llega a descubrir un nuevo e insospechado lugar en el mundo.

Me detengo acá. He sido criticado algunas veces por la gran cantidad de spoilers que incluyo en mis textos, así que dejo por fuera el final de la historia.

[ALERTA DE SPOILERS] Sólo voy a agregar que el final de la historia tiene que ver con uno de los elementos del título de este artículo, pero no con los dos. [FIN DE LA ALERTA DE SPOILERS]

Por los mismos días vi una película que me estaba debiendo desde hacía muchos, muchos años. Treinta y siete años para ser precisos. Me refiero a la distópica “Soylent Green”, 1973, protagonizada por Charlton Heston. De niño mi papá me había hablado de ella, un mundo agobiado por la superpoblación y el calentamiento global (sí, ya había gente en esa época advirtiendo sobre esa verdad incómoda), la diferencia entre los que tienen y los que no tienen es abismal, hay gente que vive en las escaleras de los edificios y los demás tienen que pasar por encima de ellos para llegar a sus casas, mientras algunos pocos viven en amplios apartamentos y se dan lujos como una barra de jabón, una toalla, un frasco de mermelada, unas pocas verduras raquíticas y de vez en cuando un pedazo de carne de verdad.

El agua es estrictamente racionada y la única comida disponible para las masas hambrientas son unas galletitas de dudoso aspecto y distintos colores, que supuestamente son hechas de concentrado vegetal y plancton. “Soylent Green” es la variedad más apetecida de estas galletitas y cuando se agota la gente se alborota de tal manera que la policía tiene que intervenir y los someten con gigantescas palas mecánicas. La película está basada en la novela “Make Room! Make Room!”, 1966, de Harry Harrison pero el quid del asunto (de lo que realmente están hechas las galletitas verdes) es original de la cinta.

No voy a revelar ahora ese terrible secreto. Mi intención es referirme a otro elemento que introduce la película, uno que, aunque en apariencia es trivial, ilustra los límites a los que puede llegar la condición humana.

Los apartamentos de los ricos están totalmente amoblados y como parte del mobiliario se incluye a mujeres jóvenes y atractivas, que también pasan a ser propiedad de quien compra el apartamento. A estas mujeres se les llama “furniture” (muebles o mobiliario en inglés) y se las trata como tales. Un policía que llega a investigar la escena de un crimen no tiene ningún problema en hacer uso de la chica y acostarse con ella, como quien hace uso de un sofá para sentarse.

Es a lo que me refiero cuando hablo de la condición humana: dejamos de tratar a las personas como tales cuando dejamos de llamarlas personas. Eso nos facilita las cosas. El primer paso para deshumanizar al otro es dejar de nombrarlo humano.

Es lo que hace la malvada reina de corazones en “Alicia en el País de las Maravillas”, 2010. Los animales del país de las maravillas se comportan todo el tiempo como personas, hablan como personas, se visten como personas, así que para todos los asuntos prácticos son personas. ¿Qué hace la reina de corazones? Los convierte en objetos. Usa a los flamencos y tejones para jugar al criquet, nerviosos miquitos son sus sillas, mesitas y candelabros, y un cerdito le sirve de cojín para apoyar los pies.

Es un asunto de poder.

Hay un ejemplo al respecto en la literatura, en un libro clásico donde un hombre se enfrenta a un terrible monstruo marino. Herman Melville publicó “Moby Dick” en 1851 y en esa novela incluye a un pintoresco personaje de nombre Queequeg. Se trata de un “salvaje” caníbal proveniente de una isla del Pacífico Sur [ALERTA DE SPOILERS]¿por qué viene a colación el canibalismo en un artículo que menciona a “Soylent Green”? Soy incapaz de dejar los spoilers[FIN DE LA ALERTA DE SPOILERS]. Heredero por derecho al trono de su tribu, lo deja todo para conocer el mundo que llama civilizado, la cristiandad, y llega a convertirse en un hábil arponero.

Queequeg no tiene ningún problema en usar a la gente como mobiliario. Lo vemos sentarse despreocupadamente sobre un marinero dormido y expresar extrañeza cuando el protagonista lo amonesta al respecto.

Queequeg se acomodó justo después de la cabeza del durmiente, y encendió su pipa tomahawk. Nos seguimos pasando la pipa por encima del durmiente, del uno al otro. Mientras tanto, respondiendo a mis preguntas en su limitado inglés, Queequeg logró hacerme entender que, en su tierra, debido a la inexistencia de sillones y sofás de cualquier tipo, el rey, los jefes, y la gente importante en general, tenía la costumbre de engordar a algunos de menor rango para que hicieran las veces de otomanas; y amoblar sus casas confortablemente con ellos, sólo tenías que comprar ocho a diez tipos perezosos, y repartirlos en las distintas alcobas. Además, era muy conveniente en caso de excursión; preferible a aquellas sillas de jardín que se convierten en bastones; cuando lo requiriera, un jefe podría llamar a su sirviente, para que éste se dispusiera en forma de asiento bajo la sombra de un árbol, tal vez en algún lugar húmedo o pantanoso.

Herman Melville, “Moby Dick”, 1851.

Melville lo relata como una costumbre de salvajes, ajena al mundo civilizado, es decir, perteneciente a ese indistinguible continuo de culturas “incivilizadas” que no formaban parte de la civilización europea y la cristiandad. En ese sentido, Queequeg es un arquetipo. Pero yo creo que debemos tomarlo más bien como una advertencia de lo que todos podemos llegar a ser capaces de hacer.

El canibalismo y usar a las personas como muebles son dos caras de una misma moneda. Y me atrevo a pensar que, desde un punto de vista antropológico, quizás salga mejor parado el canibalismo cuando éste es un ritual dentro de la cultura: porque ansío las características del otro es que como de su carne, a ver si por ese medio adquiero esas características deseadas. Desde el punto de vista antropológico, he dicho, porque desde el punto de vista de la pobre víctima “ritual” significa muy probablemente una muerte lenta y dolorosa.

En nuestro actual mundo “civilizado”, considerar al otro como una cosa ha sido descrito como síntoma de graves afecciones siquiátricas o neurológicas. Uno de los síntomas que se han descrito del Síndrome de Asperger (entiendo que es una forma de autismo) es que no perciben a la gente como criaturas que piensan y sienten, a menudo se dice de los pacientes de este síndrome que confunden a la gente con muebles. También es un rasgo característico de los sicópatas, como en el caso del asesino que mató a la esposa de Roman Polanski, Charles Manson, de quien se dice veía a la otra gente como si se tratara de muebles u objetos inanimados del mundo a su alrededor. Tal vez el caso más famoso es el descrito por el neurólogo Oliver Sacks , una especie de Mr. Magoo de carne y hueso identificado como el doctor P.

…Pareció también decidir que la visita había terminado y empezó a mirar en torno buscando el sombrero. Extendió la mano y cogió a su esposa por la cabeza intentando ponérsela. ¡Parecía haber confundido a su mujer con un sombrero! Ella daba la impresión de estar habituada a aquellos percances.

Oliver Sacks, “El Hombre que Confundió a su Mujer con un Sombrero”, 1985.

Pero estoy siendo injusto con el doctor P. al incluirlo en la misma lista con sicópatas y enfermos carentes de empatía. Él era incapaz de reconocer rostros y veía en las personas sólo formas abstractas, pero bastaba sólo un gesto, el más leve movimiento, para que las identificara en toda su humanidad.

Podemos quedarnos tranquilos que se trata de una cosa que le pasa sólo a ese tipo de enfermos o podemos seguir escarbando un poco más en el asunto. Estos individuos no tienen opción, en muchos casos ni siquiera son conscientes de que les falta algo.

Pero, ¿qué sucede cuando un individuo decide despojar al otro de su condición de persona?

¿Y qué sucede cuando no es un individuo el que toma esta decisión sino toda una sociedad?

(continuará)

Un largo camino hacia el éxito o crónica de un 19 de julio

El siguiente texto lo escribí el pasado 20 de julio, día en que se conmemoró el bicentenario del grito de independencia de Colombia. Era un correo para contarle a algunos amigos y familiares que están fuera del país cómo fue mi experiencia personal de la celebración con fuegos de artificio que se hizo en Medellín con ocasión de esta fecha memorable.


Ayer estuve con mis papás después de la oficina, pero casi que no llego. Es que por la celebración del bicentenario tenían cerradas varias vías y todo el mundo quería llegar al río. La regional estaba cerrada los dos carriles, porque ahí estaban instalados los aparatos de la pólvora. Entonces imagínese como estaban el resto de las vías. Además, yo tenía pico y placa. Entonces salí a las 4:30 de la oficina, para tener una ventajita. ¿ventajita? no había por donde coger. Me metí por la diez y eso fue a pico monto, un solo taco desde la transversal inferior, creo que hasta guayabal y más allá. Así que decidí dejar el carro en el éxito del poblado. No pensé en ese momento en el horario y qué pasaba si no alcanzaba a recoger el carro.

La alternativa era el metro. La fila para comprar tiquetes era de todo el puente peatonal hasta las escalas de subida. Se movió rápido, bueno, yo ya no tenía afán, así que se me hizo tranquila la cosa. Al lado de la fila donde yo estaba se fue haciendo otra, que empezó a crecer y crecer, era la fila pero para entrar. Menos mal los de la fila de la taquilla entrábamos por otro ladito, una de las funcionarias recibía manualmente los tiquetes. "Los dos primeros vagones vienen llenos, se le ruega a los señores usuarios desplazarse al centro y al fondo de la plataforma". No me imagino cómo estarían los tales dos vagones, pues el mío que era el penúltimo me recordó el metro de Tokio con sus empujadores profesionales. Se abrieron las puertas y la gente de adentro era un muro inexpugnable, al menos eso parecía. Entonces una gente se metió y empezó a empujar hacia adentro y cupo, entonces yo me metí, pensando que iba a ser el último en entrar, pero nada, cupe yo y un montón de gente detrás mio. Como diría Suso, punto zip. No había necesidad de cogerse de nada, eramos una masa compacta de pasajeros, que daba tajada.

El metro no arrancaba. La gente hablaba y hablaba y no dejada oir los altoparlantes. Hasta que alcancé a entender, "señor usuario, por favor quite la mano del botón rojo o será necesario evacuar el tren". Alguien de los vagones de adelante se estaba arriesgando a ser cascado por la turba enfurecida. Al fin arrancamos.

"Se informa a los señores usuarios que la estación Industriales se encuentra cerrada, así que el metro no hará parada en dicha estación". El sistema de transporte había colapsado, en Industriales había el doble de gente de lo que cabía. Al fin me bajé en Exposiciones, seguía haciendo parte de una masa compacta de pasajeros hasta la salida de la estación, incluso hasta bajar las escalas a la calle. La 33 estaba llena de carros pero parados. Nadie se podía mover ni para un lado ni para el otro. Menos mal dejé el mío en el éxito. ¿a qué horas es que cierran el éxito?

Caminandito, caminandito me fui iendo hasta la glorieta de Exposiciones, había gente y bastante, pero nunca como dentro del metro. Todos los carros y buses atrancados y pitando, avanzaban un metro cada cambio de semáforo. Era como una escena de una película, como si hubieran anunciado que un meteorito iba a caer en pleno Valle de Aburrá y la gente trataba de salir por los medios que encontraba. Si hubiera habido tal meteorito, la tasa de mortalidad habría sido del 100%, todos atrapados en el caos vehicular.

Pasar el puente de la 33 fue también difícil, todo el mundo iba para allá, pues el espectáculo se veía era desde ese lado del río. Al fin llegué donde mis papás, pero había tacos y multitudes de gente caminando hasta por las callecitas del barrio. En Colseguros ya habían puesto un aviso de "Están llenos los parqueaderos de visitantes". Llegué y mis papás se sorprendieron gratamente, no esperaban que fuera a ir. Con ellos estaba mi prima Ana María, con su hijo Tomás, que no paraba de preguntar cuándo era que comenzaba el espectáculo. No eran todavía las seis y la cosa estaba anunciada para las siete. Llegaron también después unos primitos de Tomás con los papás.

La cosa sí empezó a las siete, pero primero hubo discurso de Alonso Salazar y de Juan Manuel Santos que había venido expresamente a Medellín para lo del bicentenario. El sonido era muy bueno, fuerte, tanto que a cada rato se disparaba la alarma de algún carro. Pero no se entendía casi nada, pues el eco de los edificios repetía todo y lo convertía en una cacofonía de catedral antigua.

Finalmente el espectáculo de fuegos artificiales, 2200 millones de pesos en pólvora. Pero se veía muy bonito, cosas que nunca me habían tocado. Era un espectáculo lineal desde San Juan hasta la 33, así que el balcón de mis papás era un sitio privilegiado. La pólvora era sincronizada con la música, todo un recorrido por el folklore colombiano hasta terminar con Juanes y su "ama la tierra..." Había chorros de luces desde el piso, como si hubieran ampliado el espectáculo de fuentes del edificio inteligente, había como cometas que eran chispitas de luz en todo el recorrido, dibujando arcos luminosos en el cielo que después se iban iendo con el viento. Había luces crespas, filas de explosiones multicolores desde San Juán hasta la 33 y de regreso, otras como una lluvia de oro que llenaba el cielo, era como estar cerquita del centro de la Vía Láctea donde hay mayor densidad de estrellas.

A mi me gustó.

"Esperemos media horita a que se despeje y después lo llevamos a que recoja el carro", pero la población total de Medellín incluyendo todo el valle de Aburrá no se evacúa en media horita. Por las ventanas alcanzábamos a ver las callecitas laterales, un solo río de gente, no había modo que pasaran los carros. El río no amainó. Los cuñados de Ana María habían venido en taxi, ellos venían desde San Pablo. Eso queda por el zoológico. No me imagino como hizo el taxi para llegar. Al fin decidieron que se iban a ir a pie hasta la casa, caminando por la autopista, al lado del río, mucha gente estaba haciendo lo mismo. Yo decidí irme con ellos, los nervios de mi mamá fueron aplacados con la idea de que me iba acompañado, al menos hasta la calle 20 más o menos. Otra ventaja: después de una semana de aguaceros, ese día no llovió. Dejé el saco, la corbata, el morral y nos dispusimos a salir.

Entonces, un apagón.

Bueno, no duró más de medio segundo, pero fue chistoso escuchar a un millón de personas gritar de asombro por unos milisegundos de oscuridad. Nos pareció prudente no bajar en ascensor, por si la cosa se repetía y de pronto hasta se quedaba así. La bajada de las escalas nos sirvió de calentamiento. Abajo, en el parque interior de Colseguros había casi un bazar, la gente había montado sillas, mesas, manteles y de todo. Afuera nos esperaban los ríos de gente.

Eran las 8 y cuarto cuando salimos. Yo había averiguado que el éxito lo cerraban a las nueve. Alrededor de Colseguros, por todas las callecitas, había carros, parqueados a lado y lado y otros que no estaban parqueados pero que no podían avanzar ni para adelante ni para atrás. La multitud fluía alrededor de los carros y las motos. Hasta más allá de la 33 caminamos a contra corriente, el resto de la gente venía en sentido contrario, era por la autopista, tanto el carril de la ciclovía como el otro, gente, gente y más gente. Era otra escena de película: después del primer ataque de los invasores, la gente abandona la ciudad caminando, dejando atrás sus automóviles inutilizados por el temible pulso electromagnético.

Eran las 8 y media y apenas íbamos en la 30. La gente atiborrada en el puente de la 30 sobre el río. El peatonal de Industriales estaba cerrado, la estación seguía fuera de servicio. El problema era que ya eran las 8 y media y si yo seguía a ese paso no iba a llegar a tiempo por el carro. ¿qué pasa cuando uno deja el carro de un día para otro en el parqueadero del éxito? Esta familia con la que yo iba no iban demasiado despacio, iban a buen paso, pero no era suficiente para yo alcanzar mi meta a tiempo. Así que nos despedimos y puse "paso vaticano".

Seguía habiendo gente, pero ya no eran multitudes. Ya estaban habilitando la autopista para los carros y las motos pasaban como alma que lleva el diablo, la gente comentaba ofendidísima la imprudencia de los motociclistas. Ya para ese entonces, iba yo por la de la ciclovía, que de momento era sólo peatonal. La otra estaba guarnecida por cuadras y cuadras por personas optimistas que pretendían coger un bus o un taxi. Yo seguía con mi "paso vaticano". Por ahí le oí decir a una señora "ese debe ser que hace mucho ejercicio". Nada más lejos de la realidad, hace años que no piso un gimnasio. Criaturas invisibles comenzaban a clavar sus filosas dentaduras en mis pantorrillas.

Las 8 y cuarenta y yo lejos, pero lejos de la diez. Decidí empezar a correr. Yo, corriendo, de camisa de manga larga y pantalón de prenses. Menos mal los zapatos que me había puesto ese día eran de suela de goma. Corrí y corrí, esquivando grupos de señoras y barras de pelados. La carrera no me dio para mucho, tuve que volver a caminar al cabo de un rato, ya ni siquiera me daba para el "paso vaticano".

A las 8 y cincuenta apenas se divisaba Monterrey a lo lejos. Entre corriendo unos raticos y caminando, seguí avanzando contra el reloj. Una alerta de ampolla comenzó a anunciarse desde el dedito chiquito del pie derecho. Mis pantorrillas seguían siendo mordisqueadas inmisericordemente. A las 8 y cincuenta y cinco ya estaba en la diez. Pasé el río por el peatonal del metro, pidiendo permiso y abriéndome paso entre la multitud agolpada. ¿acaso el espectaculo no era por allá por la 33? ¿por qué había tanta gente entonces por estos lados? ¡Claro! Cerrada la estación Industriales, la alternativa de la gente que iba para el sur era llegar hasta la estación Poblado.

Cuando llegué al éxito, casi que el único carro en el parqueadero era el mío. Además, yo había dejado las luces de parqueo encendidas. ¿cuantas horas de luces de parqueo se necesitan para agotar la batería de un carro? Alcancé a entrar al parqueadero, todavía no habían cerrado. Como por disimular no me fui directo para el carro, sino que entré al almacén preciso cuando anunciaban "ha llegado el final de otro día éxito". Compré jugo de naranja, panes para el desayuno y fruta para llevar a la oficina en este resto de semana.

El carró arrancó, sin problemas. ¡Qué descanso! Apenas salí del éxito tuve que encender los limpia parabrisas, había empezado a lloviznar.
¡Qué suerte la que tuve!

lunes, 19 de julio de 2010

Bicentenario

Mañana, 20 de julio de 2010, se celebran acá en Colombia los 200 años de independencia. Sería algo así como el cumpleaños de nuestro país, aunque más exactamente lo que pasó hace dos siglos fue el inicio de la gestación de la independencia, con una discusión acalorada alrededor del préstamo de un florero.

Mucho se ha dicho y hecho respecto a esta memorable efeméride, al igual que en tantos otros países latinoamericanos que vienen a cumplir sus 200, también, por estos días. Sin embargo, todo de lo que me he enterado está enfocado hacia el pasado. Nos han invadido por todos lados con las antiguas imágenes de nuestros próceres, viejos documentos amarillentos y deteriorados, crónicas históricas de lo acontecido allá en el siglo XIX y durante estos 200 años de existencia de nuestra república.

No ha habido (o si lo ha habido, no me he enterado) esfuerzos orientados a mirar hacia adelante. ¿qué significan para Colombia los próximos 200 años? ¿en qué condiciones van a estar nuestros descendientes en el año 2210? No es de extrañar en nuestra cultura cortoplacista para la cual es imperativo obtener resultados en los primeros cinco años y, si es posible, en el primer año, y planear a 20 años significa especular sobre el muy largo plazo.

Los Estados Unidos de América celebraron sus 200 años en 1976. En preparación para esa fecha, una editora de Filadelfia llamada Naomi Gordon tuvo la idea de convocar a varios escritores para que escribieran relatos, todos con el título "The Bicentennial Man". El argumento era libre y a criterio de cada autor y los relatos se incluirían en una antología a ser publicada en 1976, año del bicentenario. Por distintas razones, el proyecto no pudo concluir y la antología no llegó a ser publicada (Si por acá llueve, por allá no escampa).

Sin embargo, Gordon había contactado a Isaac Asimov en enero de 1975 y éste escribió un cuento de robots. El hombre bicentenario de Asimov era un robot llamado Andrew Martin que luchó durante toda su existencia por convertirse en un ser humano y ser aceptado como tal en una sociedad donde los robots eran considerados poco más que un electrodoméstico.

El cuento (más bien una novela corta o lo que llaman una "novella" entre los angloparlantes, que son tan precisos en sus definiciones, o sea un texto más largo que una "novellette" pero más corto que una "novel") fue publicado por la casa editorial Del Rey en 1976 y ganó los premios Nébula y Hugo al año siguiente. Fue también la base para una novela llamada "The Positronic Man", escrita en 1993 por Asimov en colaboración con el escritor Robert Silverberg. Algunos lectores tal vez recuerden más fácilmente la película del mismo nombre protagonizada por Robin Williams en 1999, que no me pareció tan mala como muchos opinan; al menos resultó más fiel al original que la taquillera "I, Robot" de 2004 con Will Smith.

De regreso a 1810, a pesar de que es aceptado por muchos que la primera novela propiamente de ciencia ficción fue "Frankenstein o el Moderno Prometeo", publicada por Mary Shelley en 1818, encuentro googleando por ahí que un ex-oficial de el ejército prusiano llamado Julius Von Voss publicó en 1810 una novela llamada "Ein Roman aus dem einundzwangsigsten Jahrhundert", que traducido del alemán significa "Una Novela del Siglo Veintiuno". Al menos hace 200 años había alguien que estaba pensando en el largo plazo. Si alguno de ustedes tiene idea sobre dónde se consigue esta historia, agradecería que me diera una señita.

(basado principalmente en "Opus 200" de Isaac Asimov)

sábado, 12 de junio de 2010

Lentes de espejo y los 36 cuentos del Conde Cero

Hace unos pocos días, unos amigos me solicitaron escribir un artículo sobre mi descubrimiento del escritor William Gibson. Escribí algo pero entiendo que no era lo que ellos pretendían, ellos buscaban una visión más personal.

Así que acá publico lo que escribí. ¿alguna idea de qué le falta o qué le sobra para hacerlo más "desde adentro"? Yo ya tengo algún par de ideas, pero me gustarían comentarios al respecto.

gracias



Fue apenas en el año 2004, o tal vez en el 2005 que yo vine a saber que existía un escritor llamado William Gibson, veinte años después de la publicación del “Neuromante”. Yo creía por esos días que sabía mucho de ciencia ficción, aunque sólo había leído las historias de robots y de la Fundación de Asimov, casi todo lo de Clarke y estaba empezando a descubrir la rebeldía individualista de Heinlein, y la profunda humanidad de Stapledon y de Sturgeon. Poco más que eso.

“Quemando Cromo” se me presentó un día como suele uno encontrarse con los libros de género, escondidos en el último rincón de una librería y a precio de saldo. Tower estaba rematando varios títulos de la colección “Autores” de Minotauro. Ese día también compré los “Mitos del Futuro Próximo”, de otro autor, para mí desconocido, J. G. Ballard. Confieso que no pude con Ballard, no he podido hasta ahora. Para mí en la lectura es muy importante la atmósfera y las memorias fragmentadas de un ex-astronauta en una playa abandonada, acosado por un médico loco en un aeroplano de pedal, me sofocaron tanto o más que la vez que en el colegio me pusieron a leer “El Extranjero” de Camus.

Gibson, por el contrario, me atrapó.

El primer cuento de la colección era “Johnny Mnemónico”. Yo había visto esa película. Recordaba sobre todo esa escena en la que Keanu Reeves gesticula en el aire mientras un casco de realidad virtual le muestra objetos tridimensionales en la Internet del 2020 reaccionando con reticencia a sus movimientos, objetos que representan conexiones telefónicas, bases de datos, sistemas de seguridad, virus informáticos. Esta escena, en mi opinión, rescata la película. Siete años después tuve un Déjà vu mientras otros se quedaban boquiabiertos ante la interfaz gestual que usaba Tom Cruise en “Minority Report”. Lo curioso es que esta escena nunca sucede en el “Johnny Mnemónico” de Gibson, es en realidad un corto homenaje a “Quemando Cromo”, el cuento que le da su título a la colección.

“Quemando Cromo” me sumergió en una cuadrícula fosforescente e infinita tendida en un universo oscuro, poblado de complejas entidades que cambiaban continuamente sus formas geométricas y colores (tal vez sea porque los de mi generación tenemos la impronta del ciberespacio de neón dibujado por los estudios Disney en “Tron”). Pero mejor fue lo que me mostró cuando sacábamos la cabeza del mundo virtual: personajes de carne y hueso, sucios, ambiguos, en el límite de la legalidad, casi siempre reuniéndose en la oscuridad y bajo una llovizna constante, a media cuadra de donde debía quedar el mercadillo de animales replicantes del barrio chino en “Blade Runner”. Lo sé. Yo estaba contaminado, mi primera versión del cyberpunk me la dio el cine. No sé cuales habrían sido las imágenes dentro de mi cabeza si así no hubiera sido.

De regreso a “Johnny Mnemónico”, éste es un texto memorable por sus personajes. Hay un delfín cyborg adicto a las meta-anfetaminas de última generación y un hombrecito anodino con pinta de turista japonés, vestido de bermudas y camisa hawaiana, que resulta ser el más peligroso asesino, con los reflejos y sentidos amplificados en los quirófanos de Chiba City, y cuya arma es un casi invisible filamento monomolecular, capaz de rebanar el acero como si fuera mantequilla. Prácticamente invencible, digno adversario de Molly, la mercenaria cyborg por excelencia, experta en artes marciales y equipada con cuchillas de acero retráctiles debajo de sus uñas y una mirada inexcrutable, escondida para siempre detrás de lentes de espejo implantados quirúrgicamente.

Me enamoré perdidamente de Molly, una mujer mucho más cercana en mi imaginación a la Trinity de Carrie-Anne Moss en “Matrix”, un arma mortal forrada en cuero negro de pies a cabeza, que a la Jane que sirvió de guardaespaldas al Johnny de Keanu, con su cabello ochentero y la pinta de Madona en “Desesperadamente Buscando a Susan”[Sólo por estos días me enteré que el personaje de Jane fue creado para la película Johnny Mnemónico porque en ese entonces los derechos de Molly pertenecían a alguien más].

Pero la colección no sólo tiene historias del universo cyberpunk. Está “La Especie”, una historia kafkiana, digna representante de un género que años más tarde sería bautizado “Slipstream”, o “El continuo de Gernsback”, que parece un episodio de la “Dimensión Desconocida” cuando era en blanco y negro, un homenaje póstumo al futuro grandioso de aspecto Art Deko que imaginó una generación en la primera mitad del siglo veinte y definitivamente no se dio.

Pero mi historia favorita siempre fue “Regiones Apartadas”. La angustia existencial, el terror primigenio ante la vastedad del espacio y la existencia de civilizaciones tan avanzadas e inexcrutables que nos hacen sentir como moscas diminutas. Me fascina porque tiene una mártir, Olga Tovyeski, Nuestra Señora de las Singularidades, Santa Patrona de la Autopista. Eso me gusta porque me recuerda que los seres humanos tenemos la tendencia a crear dioses y explicaciones sobrenaturales cuando nos enfrentamos con aquello que se encuentra más allá de nuestra comprensión.

Me había enviciado a William Gibson, pocos días después regresé a la librería y conseguí una segunda dosis. En esta ocasión se trataba de “Conde Cero”. A veces las cosas no se nos presentan de acuerdo con el orden establecido. Sin detenerme a leer la contraportada, me dirigí de inmediato al índice. De once cuentos en “Quemando Cero”, Gibson me ofrecía ahora 36 historias, con títulos tan sugestivos como “Los Nombres de los Muertos” y “Kasual/Gothick”.

Comencé por el primer cuento, “Un Arma de Funcionamiento Fácil”. Un aparatoso atentado en Nueva Delhi perpetrado con un sabueso explosivo destroza a Turner, un mercenario especializado en la trata de personas para multinacionales, en una sociedad donde la fuga de cerebros se ha convertido en un término literal. Su empleador actual puede pagar la tecnología para reconstruirlo, regeneración de tejidos, transplantes de órganos del mercado negro. Turner, estrenando testículos y ojos verdes, no se reporta para su siguiente misión, desaparece del mapa y se refugia en una cabaña en la playa, apartada del mundo. La historia termina cuando su chica en México resulta ser una sicóloga contratada por la corporación para una terapia muy personalizada.

El título del segundo cuento, “Marly”, era el nombre de la protagonista. Ella es una especialista en arte venida a menos por un sonado fraude perpetrado en su pequeña galería en París. Una extraña entrevista de trabajo en un ambiente de realidad simulada, el Parque Güel, al fondo Barcelona y las cúpulas terminadas de la Sagrada Familia. Un misterioso multimillonario la requiere para encontrar el creador de unas exquisitas instalaciones artísticas.

En el tercer cuento, “Bobby Hace un Wilson”. No es el mismo Bobby de “Quemando Cromo”, éste es apenas un adolescente, que vive con su mamá, pero también es un Hacker en un mundo donde el cerebro se conecta directamente a la red. A Bobby lo está matando el Hielo Negro, un programa de seguridad de alguna cuenta que intentó acceder y ahora le está destruyendo el sistema nervioso. Lo salva una misteriosa entidad que habita la red, una presencia.

Pero eran cuentos truncados, historias que prometían mucho más y terminaban en punta. Al cuarto cuento me di cuenta de que estaba muy equivocado. En “Marcando Tarjeta”, Turner conoce a su equipo de apoyo para un nuevo trabajo, el que le habían mencionado en “Un Arma de Funcionamiento Fácil”, ayudar a un científico a desertar de los Biolaboratorios Maas para irse a trabajar con la rival Hosaka. “Conde Cero” no era una colección de cuentos, era una novela, una historia compleja e intrincada en la que las vidas de Turner, Marly y Bobby se entrecruzaban a través de múltiples aventuras. ¡Qué bruto yo! Menos mal que nadie se dio cuenta. Tuve que detenerme, regresar a la primera página. No se aborda una novela de la misma manera que se lee una colección de cuentos.

Encima de todo, había llegado a mitad de la película, “Conde Cero” es la segunda novela de una trilogía, la trilogía del “Sprawl”, que inicia con el “Neuromante”. Esa primera novela, la más famosa, no llegó a la librería sino varios meses después, así que no tuve más remedio que leerme el “Conde Cero” de primero. No es una experiencia traumática leerse la trilogía en desorden. Me recordó la vez que pasaron por la televisión colombiana “El Ciudadano Kane”, yo fui uno de los pobres espectadores que la vieron entonces por primera vez. Pasaron el segundo rollo antes que el primero, así que nos enteramos del significado de “Rosebud” antes de ver el principio de la cinta.

Me devoré la trilogía del “Sprawl”, y allí me encontré nuevamente con Molly, protagonista tanto de “Neuromante” como de “Mona Lisa Acelerada”. Luego me devoré la trilogía del puente, en un mundo en los albores del milagro de la nanotecnología, y más adelante me he venido leyendo una tras otra sus novelas del siglo XXI. Esas que suceden en el presente, escritas después de que su autor declarara que “el futuro ya está aquí, sólo que no está uniformemente distribuido”.

Releyendo a Gibson para escribir estas líneas me doy cuenta de que había olvidado lo exigente que es como escritor, hay que leerlo con la wikipedia abierta. Sus frecuentes referencias específicas no son exclusivas de sus últimas novelas, ya desde sus historias de los 80s abundan: La descripción del aspecto viejo y deteriorado de la ciudad bajo las gigantescas geodésicas mediante un símil a las imágenes de prisión de un grabadista del siglo XVIII llamado Giovanni Piranesi o la mención de la obra del artista norteamericano Joseph Cornell, cuyas instalaciones de objetos contenidos en cajas le sirvieron de inspiración para las creaciones del artista desconocido que debe buscar Marly en el “Conde Cero”.

Creo que he contado con la suerte de ser relativamente contemporáneo de Gibson para poder entender sus imágenes desde un referente común. Tal vez los lectores nacidos en este siglo no son tan afortunados, para ellos “El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto” quizás les haga pensar en el cielo azul de un día perfecto, completamente despejado.

martes, 20 de abril de 2010

Encuentro Fractal 2010 (van tres)

Eyjafjallajokull

Un volcán de nombre de trabalenguas, "Eyjafjallajokull", casi acaba con nuestras esperanzas.

Uno de nuestros invitados internacionales, James Alliban, el experto en Realidad Aumentada, no podrá acompañarnos en persona. La razón: "Eyjafjallajokull", la nube de cenizas del volcán de Islandia tiene interrumpido el tráfico aéreo proveniente de Europa. Otros eventos culturales en la ciudad y en el país han tenido que ser pospuestos o cancelados definitivamente. James Alliban venía desde Inglaterra, se suponía que llegaría el jueves a Colombia, pero no pudo ser.

Así que James nos acompañará a través de un video pregrabado. Por ese motivo ha sido necesario reacomodar la programación para que su intervención coincida con las condiciones adecuadas de iluminación. Consulten la versión actualizada del programa.

martes, 13 de abril de 2010

Encuentro Fractal 2010 (van dos)

Los Superheroes Americanos y la Debacle de Iraq

Trovenia es una diminuta nación ubicada en algún lugar indefinido detrás de la cortina de hierro y donde la gente habla con acento estonio. La rige un tirano con ínfulas de super villano llamado Lord Grimm que ha sido reseñado como un peligroso terrorista internacional. La gente de Trovenia es un pueblo curtido, acostumbrado a ganarse la vida en una economía de guerra y resignado a vivir bajo un régimen dictatorial imperecedero.

Ya va para la vigesimosegunda invasión a manos de las fuerzas norteamericanas. En esta ocasión, el motivo de la invasión a manos del ejercito más poderoso del mundo es el rescate de uno de los suyos, un americano que ha violado la soberanía de la pequeña nación, traspasando sus fronteras, pero ha sido capturado por las fuerzas del dictador. La noticia es casi de rutina para la gente de Trovenia, acostumbrada a vivir bajo los continuos bombardeos.

Ésta es la historia de Elena, una obrera de una fábrica de armamento militar con apenas diecinueve años de edad, huérfana desde los once, que intenta salvar su vida y la de Matti, su hermanito, diez años menor que ella, durante el ataque de Trovenia por un ejército de superhéroes americanos con superpoderes. No se trata de una gesta fantástica o una batalla de caricaturas. Las explosiones son reales, también los cientos de civiles muertos o heridos durante el ataque, no importa si se trata de seres humanos, zoomorfos o personas que son mitad hombre y mitad máquina. Los poderosos rayos del ejercito invasor producen quemaduras de segundo y tercer grado y dejan ciegos a los niños, los bombardeos sepultan abuelas bajo los escombros de los edificios, mutilan y matan a los vecinos y dejan cicatrices permanentes en los supervivientes.

De eso se trata "The Ilustrated Biography of Lord Grimm" (2008), un cuento del escritor norteamericano Daryl Gregory incluido dentro de la colección de historias de Fantasía y Ciencia Ficción "Eclipse Two" (2008), compilada por Jonathan Strahan.

Dentro de ocho días Daryl Gregory estará en Medellín. Viene para el Encuentro Fractal 2010. Esperábamos tener cuatro escritores para esta segunda versión del encuentro, pero al parecer las Parcas se la tienen velada a Nacho y a Vivi. El profesor John Kessel estuvo con nosotros en 2009 y de veras quería regresar, esta vez en compañía de su amiga, Kij Johnson, pero el pasado 4 de abril ella se hizo un severo esquince cuando estaba escalando, precisamente el mismo día en que la nominaron al premio Hugo. Kij tuvo que cancelar su viaje y John se quedó también para cuidarla.

Así que sólo vendrán dos escritores, Jeremy Robert Johnson, del que luego habrá oportunidad de hablar, y Daryl Gregory.

Hasta hace una semana, si mucho dos, no teníamos muy claro si se podría realizar el Encuentro Fractal 2010. La Ley de Garantías fue un obstáculo enorme este año, casi insalvable, para conseguir los patrocinios requeridos para el evento. Pero apareció la donación de la Federación Nacional de Cafeteros y Fractal 2010 logró transitar desde una realidad paralela hasta la nuestra (como en un capítulo de Fringe).

Por eso yo me había dormido respecto al asunto y no había hecho las investigaciones previas, esas que hay que hacer para que el asunto no te coja en frío. Vienen unos señores a hablarnos de realidad aumentada o de ingeniería genética, habría que googlear un poco a ver de qué va el tema y quiénes son esos señores. Vienen unos escritores, tenemos la oportunidad de conocerlos personalmente y de pronto conversar con ellos, lo menos que deberíamos hacer es tratar de leernos algo de lo que hayan escrito.

Así que me puse en la tarea y encontré en mi biblioteca este cuento de Daryl Gregory, ¿Recuerdan "Exhalación" (2008), el cuento donde Ted Chiang se inventa un universo de seres de metal cuyo impulso vital es la presión atmosférica para hablarnos de la entropía de una manera distinta? Por ese cuento yo había conseguido el libro "Eclipse Two" y ahora no veo la hora de leerme los demás relatos, dicen que la mayoría son tan buenos como estos dos.

Todos conocemos esos cómics donde los superhéroes se enfrentan a super villanos haciendo alarde de espectaculares habilidades y superpoderes. ¿Quién no se acuerda de las aparatosas batallas de Ultra Man contra horda tras horda de gigantescas criaturas y robots, destrozando por ahí derecho ciudades enteras? Pero... ¿Alguna vez nos hemos detenido a dimensionar los impactos reales de esos conflictos sobre la población civil? Bueno, más allá de la clásica escena de la multitud de japonesitos corriendo horrorizados, el tema resulta para nosotros un asunto trivial. Es más, es parte del espectáculo. ¿Quién de niño no revivió con sus juguetes los mejores enfrentamientos de sus personajes preferidos de la televisión, destrozando edificios e inundando ciudades enteras?

Ése es Daryl Gregory, un escritor capaz de darle la vuelta a nuestra manera de ver el mundo, de atraparnos con una historia profundamente humana y que no le tiembla la mano para hacer una crítica directa a la política internacional de su país. En sus propias palabras, "Cualquier parecido con la actual debacle en Iraq es enteramente intencional."

A este señor lo voy a conocer en persona la próxima semana, ¿no es un privilegio?

Encuentro Fractal 2010 (va uno)

Fractal'10: Reinventando el Mundo

Resultó que finalmente sí, las cuentas sí cuadraron, lo que se tenía que dar se dio y sí se va a poder realizar el Encuentro Fractal 2010 en Medellín.

Será los próximos 23 y 24 de abril, nuevamente en el Orquideorama.

El viernes 23 a eso de las 7:30 PM será el lanzamiento, con lecturas de textos inéditos de los dos escritores invitados, y la oportunidad de tomarse un tinto con Juan Valdez (el original, no el tocayo que le apareció en las elecciones pasadas). [aclaración post-post: el evento del 23 de abril es privado para invitados especiales, pero tranquilos que también habrá Juan Valdez el sábado]

El sábado 24 será toda la programación académica, desde las 8:30 AM, con temas desde la ciencia ficción de Philip K. Dick hasta un curso acelerado para hackear tu propio ADN, pasando por el cerebro, la neuroingeniería, la realidad aumentada y la música reinventando el mundo.

Si vas a ir a Flisol, cuando termines te subes al metro en Industriales y te bajas en Universidad, que vale la pena la clausura con DJ Spooky, The Subliminal Kid.

Por el momento, les dejo el video de demostración de la realidad aumentada:

Fractal'10 AR Ident from James Alliban on Vimeo.